Hoy os traigo el relato que envié al concurso de relatos de Kensei, el juego de Zenit miniatures basado en el Japón feudal.
El clan Gochin
El Clan Gochin domina la mayor parte de las islas
Mukojima, la región más oriental de Himukai. Su origen se pierde en la niebla
del tiempo, dicen que se remonta incluso a antes del reinado del emperador
Sujin.
Vinieron desde la parte occidental de Himukai hace 300
años y poco a poco se hicieron con el dominio de
las islas Mukojima, mediante inteligentes maniobras diplomáticas, en detrimento
de los clanes locales Ishida y Maeda que dominaban las islas hasta entonces.
Estos clanes se resistieron activamente a la entrada
del clan Gochin en las islas, reunieron a sus samuráis y la guerra azotó las
islas durante 6 años, hasta que fueron definitivamente derrotados en la batalla
de Kanazawa.
Con el poder ya en sus manos, se dedicaron a
fortalecer las islas y su posición exterior, construyendo fortalezas y
monasterios primero, como el monasterio-fortaleza de Hiei, el más grande de las
islas, así como enviar embajadores a sus vecinos para establecer acuerdos y
alianzas que mantuvieran estable la región.
Desde que llegaron a las islas, el clan Gochin
siempre favoreció a los monjes, repararon o reconstruyeron templos. Edificaron
nuevos monasterios. Además, desde el principio ha participaron en los rituales
shinto, acompañando a los monjes en sus
oraciones a los kami, participando en los Niinamesai o rituales más importantes
como el Daijosai o Gran Festival, en el que el señor del clan y el abad de Hiei
ofrecen a Amaterasu Ohmikami, diosa del sol, los primeros frutos de la cosecha
anual.
Los miembros del clan siempre ha estudiado los textos
sagrados como el Kojiki y el Nihonshoki, en estos libros se describe la
creación del cielo y la tierra, las deidades y el nacimiento de Himukai.
Además de favorecer a los monjes de las islas, gracias
al fomento del comercio y al aumento del cultivo de arroz, consiguieron un
aumento de la población campesina, por un lado, y la riqueza de las familias
samuráis aliadas, por otro. Así mismo aumentaron su propia riqueza, lo que provocó
que su influencia fuera aún mayor en las islas. A los clanes que habían perdido
poder en detrimento del clan Gochin se les compensó con tierras y derechos de
comercio para conseguir su adhesión al clan.
Mapa con la situación del clan y su zona de influencia.
GOCHIN NO KIYORI
Gochin no Kiyori, de 74años, ha sido el señor del
Clan Gochin desde hace 40, señor de Hiei y de las Islas Mukojima. Ha dirigido el destino del clan y sus tierras
con sabiduría.
La desaparición del emperador y la subsiguiente
inestabilidad política impulsaron a Kiyori a peregrinar al templo para orar a
los kami pidiendo la protección del clan y sus vasallos.
Tras tres días de camino, Kiyori se dirigió a la
puerta del templo acompañado por Sigheru, hijo primogénito y heredero del clan
y seguido de sus más importantes vasallos. Atravesaron el Torii, franquearon
los Koma-inu, los perros protectores, y con
paso lento, se encaminaron hacia el altar donde les esperaban dos doncellas
miko para asistirles en los ritos ante los kami protectores de las islas.
Primero, realizaron una ceremonia Mike de
purificación y, una vez concluida, realizaron una Daidai-kagura, en la que las
doncellas miko bailaron la danza Yamatomai, mientras un sacerdote del templo
entonaba las plegarias en nombre de los creyentes.
Una vez concluida la solemne ceremonia y tras orar en
el santuario principal del templo, se dirigieron con sus vasallos hacia el
campamento montado en los exteriores del templo. Entraron en la tienda de mando
y Kiyori fue el primero en hablar.
-Sigheru, ¿Han llegado los espías? ¿Cuál es la
situación?
Sigueru se adelantó haciendo una reverencia. -Los
espías han informado de movimientos de tropas Buke y Kuge en la isla Ketoi. Hay
varios castillos destruidos. Los clanes Kudara y Kammu Heishi combaten entre sí
en Tsushima y se han avistado algunos barcos sospechosos inspeccionando la
costa.
-Que se dupliquen las patrullas, y ofreced
recompensas a los campesinos que informen sobre barcos desconocidos. No quiero
sorpresas. -Kiyori se inclinó sobre la mesa de mapas, observando y midiendo los
detalles-Tametomo ¿Cómo van las levas de campesinos?
-Señor, las levas van a buen ritmo, ya se ha avisado
a casi todos sus vasallos, tan sólo faltan los más alejados de Hiei.
Que los kami nos asistan en esta nueva era. –
Kiyori suspiró y salió de la tienda. En el centro
del campamento, había varios grupos de samuráis y monjes practicando Iai-jutsu
y Ken-jutsu y, a las afueras, se podía ver a los jinetes ejercitando maniobras
de ataque y defensa con los ashigaru.
-Que traigan mi caballo, volvemos a Hiei, reuniremos
las tropas disponibles y marcharemos a Shizuoka. Desde
allí controlaremos el paso Akhaisi y podremos
reaccionar mejor si alguien decide cruzar el mar. Que se envíen mensajeros
inmediatamente a Shizuoka para que preparen la llegada del ejército. Envía
mensajeros también a Ehime y Nara para que se prepare la flota.
Conforme iban recibiendo las órdenes, los mensajeros,
ya preparados con antelación, salían al galope para cumplir raudos las órdenes
de su señor.
Kiyori se dirigió a Yumiko, su sirvienta. –Tráeme mi
naginata, voy a practicar con los hombres, necesito desentumecerme. Yumiko
entró en la tienda y salió enseguida, se inclinó y le entregó el arma a su
señor.
Kiyori se encaminó hacia los samuráis que estaban
practicando, se situó delante de ellos y comenzó a ejercitarse con la naginata,
entre los vítores de sus hombres, que se sintieron grandemente honrados. El
entrenamiento se prolongó durante una hora más hasta que, completamente
cubierto de sudor, Kiyori se giró, saludó con una reverencia a sus hombres y se
encaminó de nuevo hacia la tienda de mando, entregó la naginata a un ayudante
de campo y cogió de manos de Yumiko una toalla perfumada para enjugarse el
sudor de la cara.
-No hay nada como el ejercicio para vaciar la mente
de dudas y ver las cosas más claramente. Takeshi, encárgate de levantar el
campamento. Cuando lo hayas hecho, dirígete a Shizuoka.
Yo marcho a Hiei, nos reuniremos contigo lo antes posible.
Se encaminó hacia su caballo, montó y, seguido de su estado mayor y su guardia personal, partió
hacia el monasterio-fortaleza de Hiei, preguntándose qué le depararía el
futuro, si el clan sobreviviría y en qué condiciones. Le vinieron a la memoria
recuerdos antiguos, días tranquilos practicando la escritura kanji y días no
tan apacibles como el día en que murió su padre, cuando ascendió a la dirección
del clan.
El
viaje de Kiyori
Kiyori cabalgaba con furia, atravesaba praderas,
bosques, campos de arroz, casi parecía que el caballo volaba sobre la tierra,
vadeaba ríos como si fueran arroyos, cruzaba montañas como si fueran colinas.
Los pueblos y la gente eran borrones de color para sus ojos. Tan sólo el camino
estaba claro ante él. El camino y su meta.
Ya hacía tiempo que había dejado atrás al mensajero
que le había traído la noticia, no le importó. No necesitaba escolta, lo
importante era llegar lo antes posible.
La situación requería su presencia inmediata, su
padre se moría, la vida del señor del clan se extinguía y el heredero debía
estar a su lado cuando el fin llegara. No importaba cuantos caballos reventara,
cuantas noches en vela pasara. La lluvia, el viento, el frío, incluso el hambre
carecían de entidad ante lo que podía suceder si él no llegaba a tiempo.
Dormiría y comería solamente cuando no hubiera otra elección.
Dos días llevaba viajando Kiyori cuando se vio
obligado a hacer una parada en el camino, su caballo necesitaba descansar y la
siguiente población distaba demasiado. Desmontó y se dispuso a explorar la zona
en busca de un lugar resguardado de los elementos, cuando se percató de
movimientos furtivos entre la maleza. Se movió con cautela procurando no
desvelar que estaba alerta. Avanzó como si explorara cuando captó el olor de
los, sin duda, bandidos. Un olor que ni su cansado cuerpo sin lavar podía ocultar.
Kiyori comenzó a montar el campamento, ató el
caballo a un árbol, extrajo del equipaje algo de comer y dijo al aire:
-¿Tenéis hambre? No tengo mucho, pero me complacería
comer en compañía, mi acompañante no ha podido seguir mi ritmo y estoy solo.
Momentos más tarde dos jóvenes, casi niños todavía, armados
con katanas de muy dudosa calidad, aparecieron de entre la maleza, miraron
atemorizados a Kiyori primero, y la comida que éste les ofrecía después. Sin
pronunciar palabra alguna, se sentaron muy despacio y el que parecía mayor de los dos estiró el brazo hacia la
comida, la cogió haciendo una reverencia tras otra y comenzaron a comer con
rapidez, como si creyesen que les iban a quitar la comida de un momento a otro,
sin apartar la vista de su benefactor, un benefactor del que aún no se fiaban.
Kiyori sonrió al recordar a los dos muchachos
muertos de hambre. Ese día su vida cambió para siempre, la de ellos y la suya
propia. Ellos se convirtieron en leales sirvientes de Kiyori, y él en señor del
clan.